Cuando Jesús comenzó a hacerse popular por los milagros que realizaba y por su manera de enseñar, hizo algo diferente a todos los demás y esto le ocasionó críticas y juicios: compartía su tiempo, comía y paseaba con cobradores de impuestos, prostitutas y pecadores. Él no excluyó a nadie por su pasado.
Muchos ven a Jesús de Nazaret como un revolucionario, un líder de masas, un mago o un genio, pero Jesús afirmó ser mucho más que eso.
Afirmó ser Dios y vino para redimirnos de nuestros pecados a través de su muerte en la cruz. Su resurrección al tercer día fue la prueba de que sus palabras eran verdad.
El pecado es aquello que nos aparta de la verdadera felicidad, pues nos distancia de Dios, la fuente de todo bien.
No es necesario que comprendas ahora cada detalle de lo que es o no es pecado; en el fondo de nuestro ser, todos tenemos un corazón que nos guía. Escucha a tú corazón.
Tómate un momento para reflexionar sobre todo lo que crees que has hecho mal en tu vida y te ha quitado felicidad. Si puedes, anota esos pensamientos en una lista; a esto se le llama examen de conciencia.
Jesús, conociendo su destino, fundó la Iglesia Católica y confió a sus apóstoles la misión de perdonar pecados, entre otras muchas cosas.
Busca la iglesia más cercana, acércate al sacerdote y dile con tus palabras: "Quiero confesarme".
Abre tu corazón y comparte la lista que escribiste.
En ese momento experimentarás un alivio profundo al recibir el perdón, una paz que solo Dios puede ofrecer. Pero lo más importante, es que lo vivas EN PRIMERA PERSONA.
Ahora que has experimentado el perdón y la paz, es momento de dar un paso más: transformar tu vida.
Comprométete a vivir de acuerdo con los valores del Evangelio. Busca alimentar tu espíritu diariamente, participando en comunidad, rezando y leyendo la Biblia.
Rodéate de personas que te inspiren a ser mejor y que te acompañen en este nuevo camino.
Al hacerlo estás abrazando una vida llena de significado, propósito y, sobre todo, una felicidad duradera en comunión con Dios.